En los últimos dos años, mientras las cifras de negocio empleadas en influencers no han dejado de crecer, hemos asistido también al desarrollo de un sentimiento anti influencer al que han contribuido en gran medida la explosión de las fake news y la proliferación de seguidores falsos. Los casos abundan, entre ellos el de Yovan Mendoza, antes conocida como Rawvana, una influencer crudivegana que apareció comiendo pescado en una publicación de otro influencer y ante la polémica terminó cambiando su identidad en redes sociales. Experiencias concretas que han tenido repercusión global por declaraciones o contenido inadecuado de influencers han llevado también a marcas a pedir disculpas y manifestarse públicamente para distanciarse de ellos. En el camino, incluso han surgido casos de parodias de esta situación, como el de Jenya Kenner, que deja a sus seguidores con la intriga acerca de lo que es real o no, ironizando así sobre la superficialidad del sector.
El problema principal de la evolución del marketing de influencia y de su caída en desgracia es que, demasiado a menudo, todos (marcas, agencias y los propios influencers) hemos tratado una técnica de influencia con los tics de las técnicas de alcance, restando por el camino valor a una industria que, como cualquiera inicialmente, era, como dice Influencer marketing Hub, “el salvaje oeste”. El ecosistema de influencers ha sido afectado también por marcas inmediatistas, que han apostado por trabajar con influencers de millones de seguidores bajo pagos no menores sin guardar ninguna coherencia con los territorios y valores de sus propias compañías. Esto ha llevado a que muchos esperen un tratamiento especial e inclusive productos costosos de manera gratuita sin entregar nada a cambio. Un territorio con poca regulación y donde la gente actuaba básicamente como le apetecía.
En realidad, este sentimiento anti influencer es una oportunidad para que la industria del marketing de influencia se profesionalice. Al cambio de modelo ha contribuido el interés de algunas instituciones, como la Federal Trade Commission (FTC) en Estados Unidos para regular este modelo de relación entre influencers y marcas, así como los esfuerzos de compañías como Kellogg´s o Unilever decididas a luchar contra las cuentas falsas. Si bien ya existen normativas vigentes que se encaminan hacia la transparencia, el cumplimiento de las mismas está siendo lento, entre otras cosas por las propias reservas de algunas marcas, que creen que hacer explícita la relación con el influencer puede perjudicar su eficacia, a pesar de que estudios como el reseñado en 2018 por Harvard Business Review (realizado por Alice Audrezet y Karine Charry) lo desmienten. Por otro lado, como destacan en el informe ‘What´s next for influencers marketing? de Zine, “ningún influencer puede garantizar que tiene una audiencia limpia. Uno de cada tres influencers dice que en algún momento del pasado se les han regalado followers o engagement. Esto supone que incluso con las mejores intenciones por su parte, los responsables de marketing tendrán que encontrar una manera de tener en cuenta una proporción de fake followers en sus estimaciones”.
A continuación, desarrollaremos algunas de las claves de la transformación de una industria que busca su lugar en el marketing, mientras lucha contra sus propias contradicciones.