Javier Sáenz de Olazagoitia Díaz de Cerio
Se atribuye a Oliver Wendell Holmes la frase “los impuestos son el precio que pagamos por la civilización”. No se puede negar que se trata de una expresión redonda, sintética e impactante, lo que explica su “aprovechamiento” actual para la defensa de cualquier impuesto, y de diversas consecuencias supuestamente implícitas. Recientemente se ha utilizado incluso para defender el sistema tributario español contra quien decide cambiar su domicilio fiscal a cierto país vecino (como si dicho país fuera menos civilizado).
Para empezar a considerar el significado real de la famosa afirmación, habría que empezar por contextualizarla, empezando por el autor, en su lugar y su tiempo. Precisando primero, por si acaso, que parece ser que la escribió Oliver Wendell Holmes, el médico y poeta estadounidense que vivió y murió en el siglo XIX. Y no su hijo -del mismo nombre, pero Jr.-, el insigne juez asociado de la Corte Suprema de los Estaos Unidos durante 30 años hasta su fallecimiento en 1932.
En cualquier caso, en aquel entonces -siglo XIX, o aunque fuera principios del XX- la comprensión y aplicación de los impuestos era bien distinta a la actual, y mas aún en Estados Unidos respecto de Europa continental. No en vano, fue en 1913 cuando en los Estados Unidos enmendaron la Constitución para habilitar al Congreso para establecer un impuesto federal sobre la renta (enmienda 16ª). Y la tasa máxima hasta esa fecha era del 7% para rentas altísimas. Es decir, al escribir tal frasecita el Sr. Wendell Holmes no pudo estar considerando un sistema tributario de las características (complejidad y extensión) de los actuales, y menos aún unos niveles de recaudación y presión fiscal como los europeos de hoy en día.
Traslademos la frase, de todos modos, a nuestro momento actual. Para lo que aún resulta imprescindible determinar el significado de la palabra “civilización”. Es evidente que la frase carece de sentido con la primera acepción del término que ofrece el diccionario: conjunto de costumbres, saberes y artes propio de una sociedad humana. Pues toda sociedad humana sería civilizada, y sus impuestos estarían justificados por el hecho de imponerse en sociedad.
Encaja mejor con su segunda acepción: estadio de progreso material, social, cultural y político propio de las sociedades más avanzadas. Es decir, lo que parece que se quería -y quiere- transmitir es que una sociedad organizada moderna (avanzada), en la medida en que se dota de ciertos medios útiles para el progreso económico y social, requiere sufragarlos al menos en parte con impuestos. Pero de ahí a la insinuación de que es inevitable un sistema y nivel impositivo como el vigente en España y otros países de su entorno, hay un salto cualitativo.
Impuestos han existido en las sociedades más bárbaras y retrógradas (también “civilizaciones” en su primera acepción). Y se han establecido en muchas ocasiones en los términos más injustos, llegando al paroxismo de su exacción en “especie” para ofrecer sacrificios humanos. Y sin necesidad de llegar tan lejos, usando un concepto más restrictivo -monetario- del término “impuestos”, en muchas ocasiones se ha gravado arbitrariamente determinadas manifestaciones de riqueza o a ciertos grupos sociales sometidos. Incluso han servido específicamente, los impuestos, para discriminar o para financiar las más diversas guerras y otros actos de violencia. Luego, la existencia de impuestos no identifica ni garantiza una sociedad avanzada (“civilizada” en la acepción que vamos a considerar).
De hecho, al menos en el plano teórico, quizás el ideal de sociedad avanzada sería aquélla en la que no hubiera impuestos, porque la contribución a las necesidades individuales y colectivas, incluso a los gastos públicos, fuera voluntaria -y se cubrieran adecuadamente todas las necesidades- ¿no sería un rasgo de máxima conciencia social que todos los miembros de una comunidad sostuvieran libremente y bajo su responsabilidad todas las necesidades individuales y colectivas? No hablamos de postulados anarco liberales, sino también de propuestas desde la filosofía política por parte de autores autodefinidos de izquierdas, como es el caso del filósofo alemán Peter Sloterdijk y el interesante análisis recogido en el libro “Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana” (Siruela, 2014). El autor manifiesta que quiere “propulsar una sociedad que se base en una competencia de dadores orgullosos y no en la sorda confiscación de bienes adeudados”. Utópico o no, desde luego sería muy civilizado, en el sentido más avanzado y excelso del término.
Regresando al terreno del pragmatismo más realista, aceptemos que alguna forma y medida de impuestos resultan de hecho necesarios en las sociedades desarrolladas, tal y como las concebimos en la actualidad. Lo cual no implica aceptar que la existencia de impuestos cualifique una sociedad como civilizada, o que los impuestos sean su precio. Pues los autoritarismos y totalitarismos más caprichosos e injustos han subsistido siempre con impuestos, y muchos.
Lo propio del avance de una civilización, que podríamos identificar en su configuración política con un sistema Democrático y un Estado de Derecho, no es que existan impuestos. Sino que los impuestos mismos estén sometidos a un precio, un marco de referencia y límites en su configuración y aplicación. En concreto:
- Que el sistema tributario y cada tributo se deba configurar conforme a principios de justicia material (generalidad, igualdad, capacidad contributiva y no confiscatoriedad) y formal (reserva de ley, seguridad jurídica…).
- Que la Administración, en la aplicación de los tributos, se rija por el sometimiento pleno a la Ley y al Derecho, orientado a la correcta y estricta aplicación de las Leyes como manifestación esencial del interés general, y sin pretender identificar tal interés con la maximización de la recaudación a cualquier costa.
- Y todo ello sometido a la revisión y control de los órganos administrativos -en su caso-, y de jueces y tribunales -en todo caso-, independientes y formados para ejercer con eficacia el contrapeso del poder exorbitante de la administración.
Aquí radica la civilización respecto de los tributos, en la justicia y la ponderación para crearlos, configurarlos y aplicarlos. En cómo es acotado y ejercido el poder de establecerlos y exigirlos.
Entendiendo, claro está, que la perspectiva para medir el progreso de la civilización es el punto de vista del contribuyente, sus derechos y sus libertades. Al contrario del uso demagógico que parece hacerse de ella, al menos en la actualidad, desde la perspectiva del Estado, que refleja una peligrosa tendencia a justificar cualquier impuesto establecido y aplicado de cualquier forma. Lo democrático y avanzado es limitar los impuestos, mientras que pretender su crecimiento ilimitado y aplicación arbitraria, sin posibilidad de objeción es “camino de servidumbre” ¿reflexionamos en qué punto nos encontramos?
Para concluir, no sé muy bien por qué, pero este debate impositivo me ha sugerido otra frase célebre del mismo Oliver Wendell Holmes, que presto también a la reflexión: “tenga cuidado con la forma en que quita la esperanza a otro ser humano”.