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Esbocé una sonrisa bobalicona cuando leí en los trabajos previos que condujeron a la LGT de 2003 aquello de que (art. 3.2 finalmente) “la aplicación del sistema tributario se basará en los principios de proporcionalidad, eficacia y limitación de costes indirectos derivados del cumplimiento de obligaciones formales y asegurará el respeto de los derechos y garantías de los obligados tributarios”.

Las Exposiciones de Motivos y los principios generales de las leyes tributarias son siempre una “coartada” para los titulares de prensa, para que los departamentos de comunicación, políticos y oficiales, puedan “vender la mercancía”. Es un hecho, y los ejemplos abruman.

Pero de entre todos los “brindis al sol” del legislador (tributario y general, claro), este de la “limitación de costes indirectos derivados del cumplimiento de obligaciones formales” es de los más graciosos (solo comporable con lo del respeto por las garantías de los obligados tributarios, dicho sea de paso). Reir por no llorar.

Obviamente, es una tendencia global y no “cañí”. Scott A. Hodge publicaba hace unos días una interesante nota sobre el coste de cumplimiento de las obligaciones con las Administraciones tributarias en USA. Su artículo, “The Compliance Costs of IRS Regulations” (en Tax Foundation Fiscal Fact, núm. 512) pone números y dólares a la pesada carga que el aparato del Estado ha trasladado a los ciudadanos en los últimos años.

La primera idea clave de su trabajo es la de “complejidad”. Porque, en efecto, la creciente complejidad de la normativa tributaria en todas partes (del US Tax Code en particular, claro) ha conducido a una abrumadora carga de papeleo para particulares y empresas. Los americanos son “muy graciosos” (vistos desde aquí) y no necesitan grandes construcciones filosóficas para describir esta exorbitada complejidad: a peso es suficiente. En efecto, reseña el autor, el código fiscal americano (Internal Revenue Code) llegó a 409.000 palabras en 1955; y desde entonces ha crecido hasta un total de 2,4 millones de palabras, multiplicando por seis la dimensión de 1955 y duplicando la de 1985. Por supuesto, a esto hay que añadir los 7,7 millones de palabras en las “tax regulations” del IRS, y miles de páginas de “case law”.

La complejidad fiscal genera costes reales para los ciudadanos y empresas americanos, comenzando desde el tiempo que ocupan las tareas de cumplimiento con el código fiscal”. Pero en todo esto, para que no suene a palabrería abstracta, esta “xentiña” tiene la habilidad de traducir a cifras demoledoras las ideas abstractas. Porque, “de acuerdo con las últimas estimaciones de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios, los americanos dedicarán más de 8,9 billones -americanos claro- de horas en cumplimentar las declaraciones fiscales que exige la Administración tributaria (IRS) en 2016”. Y, para que lo veamos, ello equivale a 4,3 millones de trabajadores a tiempo completo dedicándose, exclusivamente, a rellenar papeles para Hacienda, haciendo solo eso, trabajar para la burocracia tributaria. Ojo, ¡todo basado en estimaciones oficiales! (y con enlaces a la documentación oficial de soporte).

¿Y el impacto de ese coste en términos de productividad? Porque, claro, en una mentalidad mega-burocrática y estatista como la que campa por este lado del Atlántico nos quedaríamos aquí (perdón por la caricatura..., injusta..., quizás...). Del otro lado, esa cifra se traduce en el siguiente paso: el coste de oportunidad. Los 70.000 dólares que la empresa debe pagar a un tax-professional, dicen, es dinero que esa empresa no puede dedicar a la adquisición de equipamiento o a la contratación de trabajadores. La pérdida de productividad, el coste de oportunidad, traducido en dólares, se remontaría hasta los 409 billones de dólares (americanos, recuérdese) en drenaje a las posibilidades de generación de riqueza, una cifra superior al producto interior bruto de 36 estados.

Las cifras son espectaculares, demoledora y desgarradoramente contundentes. Y todas se basan es estadísticas oficiales.

La conclusión del autor se articular alrededor de una sencilla expresión: “simplificación”. Y, recuérdese, los americanos no tienen IVA... (digo por si quieren ver cuando puede crecer exponencialmente la “falta de simplicidad”).

No me voy a detener a proponer una valoración de la situación española, básicamente porque el manejo de datos equivalentes, en coste temporal estimado oficialmente y todas las demás proyecciones económicas no están a mi alcance.

Sí está a mi alcance insistir en la idea de “simplificación”, imprescindible, y en su corolario más importante que es el de la “seguridad”. Porque la complejidad genera inseguridad, como estamos hartos de comprobar en la jurisprudencia. No parece que vayamos por ese camino de verdad, de verdad de la buena, me refiero, por mucho que las proclamas oficiales tiendan a hacernos ver que ese es el horizonte.




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