Durán-Sindreu Asesores Legales y Tributarios
Se afirma, con razón, que la presión fiscal en España es inferior a la media de la eurozona. La presión fiscal, recordémoslo, es el porcentaje que los ingresos fiscales de un país, incluidas las contribuciones sociales, representan sobre su PIB. Frente a ella, sus opositores esgrimen que el denominado “esfuerzo fiscal”, que mide la relación que existe entre la presión fiscal y la renta per cápita, pone de manifiesto que el “sacrificio fiscal” de los españoles es mucho mayor que el de la media de los europeos. Sus detractores se esfuerzan en justificar lo absurdo de este último y lo atribuyen, normalmente, a un determinado pensamiento económico que se vincula a la denominada “escuela austríaca”. Sin embargo, lo cierto es que tanto unos como otros tienen parte de razón. En efecto; es innegable que la presión fiscal en España es inferior a la media europea; pero es también innegable que el esfuerzo fiscal en España es tan alto como poco redistributivo. En cualquier caso, y para hacer una comparativa realmente homogénea, carecemos de los datos necesarios. Así, por ejemplo, según cuál sea la demografía empresarial de un país, es decir, el número de PYMES y de Grandes Empresas, la recaudación total por el Impuesto sobre Sociedades (IS) puede ser muy diferente. Un país con una alta concentración de las segundas puede recaudar mucho más que otro con gran concentración de las primeras. Pero hay más. Un Estado con una tasa de paro baja también puede recaudar más que un país con una tasa de paro mayor. Y todo, claro está, sin olvidar las posibilidades reales de crear riqueza que cada país tiene. Un país “envejecido”, con una reducida tasa de natalidad y con graves déficits educativos, tiene muchas menos posibilidades de crear riqueza, y, por tanto, de recaudar mayores impuestos, que otro que priorice la natalidad y la educación. Y todos estos factores, entre otros muchos, inciden, queramos o no, en el PIB, esto es, en la riqueza “potencial” y “real” de cada país. Desde esta perspectiva, es perfectamente posible que un país con un alto PIB y una presión fiscal baja obtenga la recaudación necesaria para cubrir sus políticas de gasto. En definitiva, lo realmente importante es que nuestro PIB aumente y que sea subjetivamente de “calidad”; circunstancia que exige crear el entorno necesario para ello. Lo importante, pues, es que se fomente la creación de riqueza. Sin riqueza no hay impuestos y sin impuestos el Estado del Bienestar es una mera utopía. Crear riqueza es invertir en educación de “calidad”, esto es, y para entendernos, en capital humano de “valor”, o, lo que es lo mismo, en iniciativa, emprendeduría, e I+D+IT; crear riqueza es crear el marco normativo, social y económico necesario que garantice la transparencia, la confianza, la seguridad jurídica, la contratación y la justicia.
Pero además, para que los indicadores “fiscales” sean homogéneos, las estructuras fiscales de los diferentes países han de ser también homogéneas. A pesar de que todos los países desarrollados tienen impuestos similares, ni su distribución porcentual sobre el PIB es la misma, ni la “demografía” de sus contribuyentes es idéntica, ni los efectos redistributivos de sus sistemas tributarios son iguales. España, por ejemplo, es un país con graves déficits redistributivos, con una muy elevada concentración de los impuestos entre la clase media trabajadora y con un IRPF que alcanza sus tipos máximos a partir de importes que no se pueden considerar como “rentas altas”; circunstancias a las que hay que añadir una inexistente cultura tributaria real íntimamente vinculada a una muy baja interiorización del compromiso social conjunto que, por ejemplo, los países nórdicos sí tienen. En este contexto, no es de extrañar que las tasas de fraude fiscal en España sean también más elevadas que la media. Y con ello, que quede claro, no lo justifico; tan solo me limito a constatar una consecuencia de un “modelo”tributario obsoleto, agotado y que exige una urgente revisión con importantes dosis de imaginación.
Desde esta perspectiva, ni la presión fiscal ni el esfuerzo fiscal son indicadores que nos sean de utilidad salvo para avivar la discusión de quien aboga por mayores impuestos o por quien se postula en la dirección contraria. El problema es otro muy distinto; es crear el marco jurídico, económico y social en el que la riqueza se desarrolle con normalidad. Priorizar el Estado del Bienestar o, mejor, el Estado Social, requiere pues priorizar la creación de riqueza y, por ende, garantizar la suficiencia financiera y la sostenibilidad de ese modelo de Estado que exige, no lo olvidemos, un verdadero compromiso social conjunto.