Carpeta de justicia

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Cuando volví a pisar el Centro Penitenciario habían transcurridos diez años. En esos diez años no solo me había formado como profesional del Derecho, sino que empezaba a tener cierto bagaje en el mundo de la mediación. Ello unido a mi madurez adulta me hizo sentir cierta seguridad y confianza en mí misma para afrontar la dirección y gestión del proyecto de mediación penitenciaria que me había confiado una asociación española, en base a criterios profesionales.

Desde entonces, nunca me atreví a plasmar mi experiencia en un papel. Consideré que estaría vulnerando esa confianza y fe que muchos de ellos pusieron en mí, y estaría invadiendo formas de vida qué se forjan en determinadas sitios por circunstancias diversas. Sólo el que lo vive sabe el por qué, y yo jamás me consideré con la suficiente razón como para cambiar algo así. De lo que aquí describiré es una pequeña fracción de lo que viví y experimenté como responsable mediadora de un módulo de un centro penitenciario qué nada importa saber de es porque toda persona que haya vivido alguna experiencia parecida, sabrá qué al final importa las personas, no los sitios. Hoy sale a la luz porque la mediación ha de ser tan profesional como ardua tarea su práctica en el mundo real, y quisiera contaros una experiencia personal.

Como decía, empecé a sentir las mismas sensaciones cuando diez años antes pisé por primera vez el centro penitenciario: decepción y esperanza. Las rejas separaban realidades y los muros impedían escalar palabras en su cima como la reinserción social. El paso de los años y la crisis económica se hizo notar entre aquellas cuatro paredes de grandes dimensiones mucho más de lo que pude imaginar, y lo peor estaba aún por venir, a las deficiencias materiales y/o mobiliarias se unía una aún más importante, la personal. En el Centro faltaba personal que asegurasen la integridad física de los de dentro y de los de fuera, y hasta aquí puedo contar. Ante ese panorama, ¿cómo iba a hablar de mediación, de cambios de paradigmas, si no teníamos ni sitio dónde trabajar en condiciones óptimas, con qué materiales?... Ojalá pudiera explicar más, pero una especie de neblina en los ojos me lo impiden.

Tras meses de arduo trabajo preparando materiales, gestionando equipo de mediadores y voluntarios del proyecto, de pasar reuniones de equipos directivos del Centro,… múltiples obstáculos que fui salvando gracias a las manos colaboradoras del equipo que dirigía y de que uno, en el largo caminar qué es la vida, se encuentran con personas que reciben los proyectos en el momento oportuno, aunque el sitio no sea el más adecuado. Desde aquí mi agradecimiento a ellas, sin nombres y apellidos, ellas saben quiénes son si alguna vez este artículo saliera a la luz y llegaran hasta sus retinas.

Un año haciendo mediaciones sin sentarnos en una mesa de mediación, sin portafolios, sin cronómetros ni honorarios, sin más material que unos folios en blanco y determinada marca de bolis qué iban pasando semana tras semana los escáneres de seguridad al igual que las mediadoras y el equipo de voluntario, miércoles y viernes, en invierno, primavera, verano y otoño. Un año haciendo mediaciones sin sentarnos en una mesa de mediación. Porque las personas qué allí habían lejos de expedientes, sentencias condenatorias, culpas y remisiones, tenían perdido lo que considero que una persona no debe perder jamás junto a la vida, la dignidad humana. Allí aprendí que hay personas y circunstancias, a respetar para que me respetaran y rezar a un Dios qué mis creencias me enseñaron que existen porque de haber pasado algo, probablemente, no estaría contando esto ahora. “La cárcel no es un lugar para ustedes, señoritas, ni siquiera podemos garantizarle su seguridad, pero ojalá todo vaya bien porque lo necesitamos todos, y este módulo más”, nos decían en alguna ocasión qué otra el funcionario de turno en esa semana.

El trabajo que realice durante un año fue con un módulo de ingreso. Para que todos me entiendan allí van a parar todo interno recluso a espera del estudio psicotécnico para clasificarlo y mandarlo al módulo correspondiente. Lo que tenía que ser un módulo de paso, se convirtió en un módulo de estancia permanente así que ya podrán imaginar qué era un módulo nada pacífico, y sin más entretenimiento que un pequeño taller de marquetería, que más pronto que tarde sería cerrado por traslado a otro módulo de s responsable. Ochenta personas sin nada qué hacer las 24 horas del día, porque en ese módulo actividad no había alguna. No meterse en líos y tener la suerte que algún día concedieran el cambio a otro módulo eran las únicas aspiraciones de los internos que la conformaban.  La ley no servía porque no había medios materiales ni humanos para dotarla de efectividad y ello perjudicaba a todos, a internos, a funcionarios, dirección,… Dentro de ese mundo que es punto y aparte, yo junto a mi equipo consideraba que sólo podía sembrar, crear conciencia de responsabilidad, devolver la dignidad como persona, y usar las herramientas de la mediación para intentar, al menos, poco a poco, paso a paso, un cambio de cultura, de actuar, de pensar, de sentir…

De ochenta personas reclusas, (me dijeron en su día que nadie acudiría a las charlas), puedo decir con cierto orgullo que durante un año tuvimos un grupo entre veinte y treinta personas que iban cambiando por ser un módulo de ingreso y algunos eran trasladados o empezaban a disfrutar de permisos. ¡Eso ya fue un gran logro!, y afortunadamente no fue el único.

De los restantes internos puedo decir qué jamás entraron y que nunca boicotearon una sesión de charla o taller. Algo inusual pero cierto. Semana tras semana, sin mediar palabra simplemente con el lenguaje no verbal y escucha activa, fuimos acostumbrándonos a vernos, siempre el saludo de rigor, la radiografía visual, pues en la cárcel se juega con la mirada y la psicología para detectar el miedo u otros estados de ánimos. Una anécdota fue una tarde intensa lluvias obligó a retrasar nuestra entrada en prisión, ese día entre sola en el módulo sin mi equipo ya no esperaban la llegada del equipo y muchos de ellos se sorprendieron cuando nos vieron aparecer por allí como estaba la tarde. Cuando salimos ese día del taller, al cruzar el patio que separa el almacén donde dábamos las sesiones de la salida del módulo, salió el sol entre las nubes, y uno de los internos para sorpresa de todos, vocifero desde un rincón del patio, cuando vienes sale el sol y los rayos nos alcanza, aunque no lo queramos ver. El resto exploto en risas, no me atreví a volverme, hubiese supuesto un ademan por mi parte no bien recibido, solo me dedique a dibujar una pequeña sonrisa en mi rostro, y sin pararme salir hacia la puerta para que los internos pudiesen seguir cumpliendo con los horarios del centro. En ese momento comprendí que me empoderaron, y pensé ¿la mediación se practica también con el ejemplo?

Ha pasado un año desde entonces, y aunque la decisión de finalizar la actividad nunca fue una cuestión personal, la echo de menos todavía, y me consta que algunos miembros del equipo también. Fue una experiencia tan gratificante como dura, que sin lugar a dudas marcó la trayectoria de alguno de los que participamos, y en concreto para mí me ha hecho evolucionar como mediadora. Lo más importante qué pude poner en práctica fue ese arte de desaparecer cuando las partes son capaces de reconducir y dirigir sus problemas, atribuyéndose ellos el éxito del trabajo. Ese es el éxito qué me atribuyo, ese fue mi premio, saber que alguno de ellos pudieron hacerlo sin que yo me sentara en una mesa de mediación. Trabajar con personas en las peores circunstancias dio paso a la creatividad, a la palabra, a la mirada, a la escucha activa, al diálogo, a la reflexión, a ponerse en la piel del otro, a la autoestima, al perdón, a la autorresponsabilidad, a la resiliencia, al empoderamiento, al silencio, al lenguaje del cuerpo, ¿no son herramientas mediadoras?, ¿no da ello paso a la mediación?… pero sin el uso de tecnicismo, pues os reitero, tuvimos primero que trabajar la dignidad como persona, empoderarles frente a ellos mismos y frente al grupo. Sólo podíamos trabajar con ellos desde el convencimiento de que no había prejuicios, desde el trabajo con personas, y para ellas … Trabajar con el corazón y desde el pensamiento, con las energías siempre al 100% y con ilusión. Mi agradecimiento más profundo a todas las personas que lo hicieron posible: a los internos participantes, a lo que jamás acudieron pero nos respetaron siempre en nuestro trabajo, al personal funcionario por su colaboración y al equipo directivo por las autorizaciones. Una línea más de agradecimiento para todos los mediadores y voluntarios que estuvieron ahí conmigo, semana tras semana, a TODOS VOSOTROS, ¡GRACIAS




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