Carpeta de justicia

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Las secuelas del partido FC Barcelona-PSG todavía permanecen, en especial, en muchos aficionados ofendidos por el arbitraje del colegiado alemán, Aytekin. Tanto es así que se ha registrado una petición en la página web “change.org" para que se repita dicho partido. Por razones de diversa índole no creemos que dicha petición vaya a triunfar. Pero nos detendremos en una específicamente que en ocasiones los aficionados al fútbol no tienen presente: la distinción entre dos tipos de errores que puede cometer un árbitro cuando juzga un partido de fútbol. El primer tipo de error versa las reglas del juego y los segundos sobre las reglas de la competición. Las reglas del juego versan sobre sobre hechos relacionados con el juego: una falta, un penalty,  si el balón salió del terreno o impactó en la mano de un jugador o si el balón traspasó la línea de gol. Las segundas versan sobre cuestiones como por ejemplo que jueguen dos o tres extranjeros, que se puedan hacer tres o más cambios, que no pueda utilizarse publicidad en las camisetas, que el ganador gana tres puntos y el empate valga uno, etc. También se refieren al comportamiento de los participantes que deben ajustarse a unos estándares que consideramos buenos para el deporte: las tarjetas por las faltas cometidas, las faltas técnicas, etc.

Pues bien, las decisiones sobre las reglas del juego son definitivas. No se pueden modificar por ninguna instancia decisoria ulterior. Cosa que sí se permite con las segundas. La razón de fondo de porqué las decisiones sobre el juego son irreversibles es mantener la autoridad arbitral incólume así como la conservación del buen orden deportivo y la seguridad jurídica. En este sentido, la justificación de la definitividad de las decisiones arbitrales es análoga a la que existe en Derecho con la idea de la “cosa juzgada”. Esta institución alude a las decisiones contenidas en una sentencia irrevocable y su fundamentación responde a expectativas de seguridad jurídica, a la confianza de los sujetos que exigen tener certidumbre de que la decisión tiene existencia duradera; pero también a la exigencia de la comunidad jurídica de que, a partir de un determinado momento y por motivos de paz jurídica, se ponga fin a la duda y al debate.

Ahora bien, que las decisiones sobre el juego que toma el árbitro sean definitivas no implica que sean siempre acertadas. Y menos en este país de tertulianos que todo lo saben, y a los que tanto les gusta criticar los errores de los demás, llegando a un punto en el que se cuestiona a diario la labor arbitral dando lugar a cierto desprestigio de la profesión. Y es que la importancia que le damos a un arbitraje no obedece a razones gratuitas, sino que es marcadamente relevante ya que sus decisiones y valoraciones deben garantizar que el resultado final se ajuste al derecho estipulado reglamentariamente, y las consecuencias de sus errores no solo inciden negativamente sobre los actores (futbolistas, entrenadores, equipos y competición) sino también, y en gran medida, sobre las aficiones y, claro está, sobre los propios árbitros.

Volvamos al encuentro entre el FC Barcelona y el PSG. Hubo muchos errores, algunos muy manifiestos, en jugadas claves y en la mayoría de las ocasiones favorecieron a un mismo equipo. Es habitual que los árbitros yerren en una, dos o incluso tres jugadas relevantes, pero en este partido fueron más. De esta circunstancia la UEFA debería aprender varias lecciones.

  • En primer lugar, que todos los partidos de la Champions League son importantes y todos merecen ser pitados por los mejores árbitros. No puede seleccionarse a un árbitro con poca experiencia o con pocos méritos. Y menos en una fase avanzada de la competición. Árbitros competentes en toda Europa sobran.
  • En segundo lugar, dado que la UEFA consideraba altamente improbable que el FC Barcelona remontase el resultado de París y que esto es un dato que las casas de apuesta toman como relevante para fijar las probabilidades y las recompensas por aquellas, no estaría de más que la propia UEFA replantease sus pronósticos y la conveniencia de hacerlos públicos. El dinero de los apostantes que invierten cantidades económicas, como la propia solvencia y credibilidad de las apuestas está en juego. De la confianza en la pureza de la competición también se responsabiliza la UEFA comprobando -antes, durante y después de los partidos- que no haya ningún factor extradeportivo que influya en la labor arbitral y así, no haya motivos para que tantos aficionados duden de la validez del resultado final. 



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