Asegura que el Congreso será “un hito fundamental en el conocimiento y mejora de la profesión”. Y por eso anima no solo a asistir, sino también a presentar comunicaciones a las diferentes ponencias, para enriquecerlas y abordar más aspectos. Cree especialmente importante que se reflexione sobre los “los derechos y las libertades fundamentales que se enfrentan a nuevos y complejos escenarios que, en algunos casos, requieren de nuevas interpretaciones”. Y en este sentido alerta contra el crecimiento de desigualdades y privilegios, que, asegura, se deben combatir “desde las leyes, y en el día a día en las salas de juzgados y tribunales”.
¿Cuáles son los nuevos modelos de negocio propiciados por las nuevas tecnologías?
Como todo cambio en la estructura de producción, los modelos que aparecen pueden dividirse en dos subcategorías: por un lado, la abogacía que se enriquece y nutre de nuevos medios y formas de entender la realidad jurídica gracias a algunos de los nuevos elementos aportados por la era digitales (bases de datos y algoritmos que permiten conocer casos similares, su evolución y resultado…). Y por otro, las empresas digitales que requieren de asesoramiento legal para adecuar sus desarrollos a los límites consentidos por la experiencia humana (neuroderechos, redes sociales de última generación, servicios coorporativos que incluyen la evaluación de riesgos jurídicos, paquetización y ordenación de relaciones contractuales con terceras partes…).
En ambas direcciones existen nuevas oportunidades y nuevos nichos de negocio para los profesionales del derecho.
¿Estos nuevos modelos de negocio pueden poner en peligro la calidad de los servicios que prestan los abogados o el propio papel que desempeñan?
Como todo aquello que es nuevo, comportan un inevitable factor de riesgo, pero no tengo dudas acerca de que, en lo sustancial, se adaptarán a las pautas de calidad exigidas en la profesión. Dado su grado de transformación y cambio, en muchas ocasiones será difícil diferenciar entre lo que es exigible objetivamente al servicio en sí y todo lo que tiene que ver con el modo o forma en que se ha prestado. La sociedad digital habilitará otras formas para hacer las cosas, facilitará el acceso a la información y la prestación de servicios complementarios, pero, la abogacía, en su concepción más esencialista, no dejará de ser otra cosa que un profesional defendiendo los intereses de su cliente ante las instancias habilitadas para la resolución de un conflicto. Esa dimensión humana requiere no solo razones o conocimiento sino también gestión de las emociones y, cuando menos a corto plazo, esa es una tarea intransferible de la persona, inherente a su fondo ético y sentido de la responsabilidad. Falta tiempo para que la inteligencia artificial pueda reemplazarla.
¿Qué consejo daría a los jóvenes que se inician en la abogacía?
Que sean conscientes de que no toda profesión jurídica independiente o en proceso de definición puede identificarse con la abogacía. Esta última tienen una tradición que viene de antiguo y unas reglas de ejercicio decantadas a lo largo de la historia. Sin duda, la abogacía experimentará cambios, pero seguirá requiriendo de los mismos principios y valores al servicio de los derechos de defensa de la ciudadanía.
¿Hay mayor riesgo de intrusismo? ¿Cómo prevenirlo y combatirlo?
La borrosidad de la profesión y la tendencia a incluir todo quehacer jurídico-profesional bajo un mismo paraguas es, sin duda, un escenario favorable al intrusismo y, por ello, la abogacía institucional se hace cada vez más imprescindible. Solo una atención constante al viejo oficio del abogado y a sus garantías éticas y profesionales permitirá sostener el necesario deslinde de esta profesión en la era digital, pues las tecnologías nunca deben hacer olvidar cuál es su razón de ser y cuáles sus cometidos. Surgirán muchos y diversos negocios relacionados con el derecho y las profesiones jurídicas. Pero solo unos pocos podrán ser considerados como nuevos “nichos de la abogacía”.